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Jesús lo cambió todo para las mujeres

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El historiador Tom Holland dejó de creer en la Biblia cuando era niño. Se sintió mucho más atraído por los dioses griegos y romanos que por el héroe crucificado de la fe cristiana. Pero después de años de investigación, Holland ha concluido en su libro Dominio que aun los occidentales seculares están profundamente moldeados por el cristianismo. Holland señala que, de manera particular, las personas de ambos lados del debate actual sobre género y sexualidad dependen de las ideas cristianas:

“Que todo ser humano poseyera la misma dignidad no era remotamente una verdad evidente por sí misma. Un romano se hubiera reído de eso. Hacer una campaña contra la discriminación por motivos de género o sexualidad era depender de que un gran número de personas compartieran un supuesto común: que todos poseían un valor inherente. Los orígenes de este principio… no radican en la Revolución Francesa, ni en la Declaración de Independencia, ni en la Ilustración, sino en la Biblia”.

En el pensamiento grecorromano, los hombres eran superiores a las mujeres y el sexo era una forma de demostrarlo. “Así como las ciudades capturadas fueron para las espadas de las legiones, así eran los cuerpos de las que fueron usadas ​​sexualmente para el hombre romano”, escribió Holland. “Ser atravesado, hombre o mujer, era ser tildado de inferior”.

En Roma, “los hombres no vacilaron en usar esclavas y prostitutas para aliviar sus necesidades sexuales de la misma manera en que no lo hicieron para usar el costado de una carretera como baño”. La idea de que toda mujer tiene derecho a elegir lo que haga con su cuerpo era ridícula.

Las personas de ambos lados del debate actual sobre género y sexualidad dependen de las ideas cristianas sobre la dignidad del ser humano

El cristianismo desechó ese modelo. En lugar de ser vistas como inferiores a los hombres, las mujeres eran vistas igualmente creadas a imagen de Dios. En lugar de tener la libertad de utilizar esclavos y prostitutas (de cualquier sexo), se esperaba que los hombres fueran fieles a una esposa o que como solteros vivieran célibes.

El escenario descrito en “El cuento de la criada” (The Handmaid’s Tale), en el que un hombre tiene relaciones con una mujer esclava, es precisamente una de las cosas que prohibió el cristianismo. El esposo cristiano estaba supuesto a amar a su esposa como Cristo amó a la iglesia (Ef 5:25). La relativa debilidad del cuerpo de una mujer no era una licencia para el dominio, sino una razón para mostrar su honor como heredera de la gracia de la vida (1 P 3:7).

Mientras que las familias romanas solían casar a sus hijas antes de la pubertad, las mujeres cristianas podían casarse más tarde. Una mujer cuyo esposo había muerto podía permanecer soltera, pero también era libre para casarse con cualquier hombre que quisiera, siempre que perteneciera al Señor (1 Co 7:39-40).

No es de extrañar que el cristianismo fuera tan atractivo para las mujeres. Jesús lo había cambiado todo.

Las chocantes relaciones de Jesús con las mujeres

Si pudiéramos leer los Evangelios a través del lente del primer siglo, el trato que Jesús dio a las mujeres nos dejaría atónitos. La conversación más larga de Cristo que se ha registrado fue con una mujer samaritana de mala reputación (Jn 4:7-30), y este no fue un incidente aislado. Jesús repetidamente daba la bienvenida a mujeres despreciadas por sus contemporáneos.

En una oportunidad estaba cenando en la casa de un fariseo cuando una mujer pecadora se presentó de sorpresa. Lloró a los pies de Jesús, los secó con sus cabellos y los besó. El fariseo estaba horrorizado: “Si Este fuera un profeta, sabría quién y qué clase de mujer es la que lo está tocando, que es una pecadora” (Lc 7:39). Pero Jesús le dio un giro a lo expresado por su anfitrión y afirmó a esta mujer como un ejemplo de amor (Lc 7:36-50). Él dio la bienvenida a las mujeres despreciadas por ser pecadoras sexuales, así como a aquellas consideradas inmundas.

Un día, Jesús se dirigía a sanar a una niña de 12 años cuando una mujer que había sufrido 12 años de un sangrado menstrual pensó que podría sanarse si tan solo pudiera tocar el borde del manto de Jesús. Ella tenía razón. Pero Jesús no lo dejó pasar desapercibido. La hizo pasar de entre la multitud y elogió su fe (Lc 8:43-48).

Cuando Jesús finalmente alcanzó a la niña enferma de 12 años, ella estaba muerta. Pero no era demasiado tarde. Hablando arameo, su lengua materna compartida, Jesús dijo: “Niña, a ti te digo, ¡levántate!”, y ella se levantó (Mc 5:41). Ya sean niñas o prostitutas, extranjeras despreciadas o mujeres contaminadas por la sangre menstrual. Ya fueran casadas ​​o solteras, enfermas (Mt 8:14-16) o discapacitadas (Lc 13:10-16), Jesús sacó tiempo para las mujeres y las trató con cuidado y respeto.

En el Evangelio de Lucas, a menudo se compara a las mujeres con los hombres y, donde hay un contraste, las mujeres terminan luciendo mejor que los hombres. En los cuatro Evangelios, las mujeres son las primeras en presenciar la resurrección de Jesús, aunque el testimonio de las mujeres no se habría considerado convincente en ese momento.

Jesús sacó tiempo para las mujeres y las trató con cuidado y respeto

Obtenemos una visión íntima de las relaciones de Jesús con las mujeres en su amistad con dos hermanas. Nos encontramos por primera vez con María y Marta en Lucas, cuando Jesús está en su casa. Marta está ocupada sirviendo. María está sentada a los pies de Jesús, aprendiendo con los discípulos. Marta se queja y le pide a Jesús que le diga a María que ella también debería estar sirviendo.

Pero Jesús responde: “María ha escogido la parte buena, la cual no le será quitada” (Lc 10:42). En una cultura en la que se esperaba que las mujeres sirvieran, no que aprendieran, Jesús afirma el hecho de que María estuviera aprendiendo de Él. Pero lejos de echar a Marta a un lado, Juan cuenta otra historia en la que Jesús tiene una conversación asombrosa con ella después de la muerte de su hermano Lázaro.

De hecho, pareciera que Jesús dejó morir a Lázaro en parte para poder tener esta conversación con Marta, a quien amaba (Jn 11:5), en la que pronunció palabras que cambiaron el mundo: “Yo soy la resurrección y la vida; el que cree en Mí, aunque muera, vivirá, y todo el que vive y cree en Mí, no morirá jamás. ¿Crees esto?” (Jn 11:25-26).

Marta creyó. También lo han hecho innumerables mujeres desde entonces.


Publicado originalmente en The Gospel Coalition. Traducido por Equipo Coalición.

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