El lunes 20 de febrero comenzó una semana difícil para la Comunión Anglicana mundial. La Comunidad de Iglesias Anglicanas del Sur Global (que representa a tres cuartos de los anglicanos en el mundo) declaró públicamente su repudio contra el Arzobispo de Canterbury, Justin Welby, y contra la Iglesia de Inglaterra, como líderes de la Comunión Anglicana a nivel global.
Esta noticia, ya difundida en los principales noticieros internacionales, ha provocado confusión entre cristianos y no cristianos. Por eso, me ha parecido urgente escribir este breve artículo con el fin de aclarar algunas de las complejidades de la situación, para que anglicanos y «no-anglicanos» puedan entender qué está pasando y por qué debería importarnos.
Para dilucidar la crisis actual del anglicanismo es necesario comprender tres aspectos que confluyen en ella: en primer lugar, la naturaleza del gobierno anglicano; en segundo lugar, la historia de esta crisis en particular; y finalmente, las consecuencias de esta crisis para el futuro del anglicanismo y para el cristianismo en general.
Primero lo primero: El gobierno anglicano
La Comunión anglicana es la unión de iglesias anglicanas alrededor del mundo. Surgió como producto de la expansión misionera y ha sido históricamente dirigida por el arzobispo de Canterbury, por considerarse el «primero entre pares». Sin embargo, ese rol siempre ha sido más bien simbólico; la Comunión Anglicana está compuesta por cuarenta y dos provincias y cada una es dirigida en autonomía, es decir, por sus propios arzobispos. En la Comunión, la relación entre las provincias anglicanas no ha sido una de dependencia o jerarquía, sino de colaboración y comunión.
Cada provincia gobierna sobre una jurisdicción, que puede ser un país o una región específica del mundo. La injerencia de cada provincia se limita solo a su propia jurisdicción. Por ejemplo, la Iglesia de Inglaterra solo tiene injerencia en Inglaterra, y no en otros países o provincias de la Comunión. Es más, la Iglesia de Inglaterra ni siquiera tiene injerencia sobre los otros países que componen el Reino Unido, pues los países de Escocia, Gales e Irlanda del Norte están bajo la jurisdicción de sus respectivas provincias anglicanas, cada una independiente de la otras.
Tengo el privilegio de servir en la Provincia Anglicana de Chile, dirigida por el arzobispo Héctor Zavala y compuesta por cuatro diócesis gobernadas en autonomía por sus respectivos obispos, cada uno al cuidado de decenas de iglesias locales y sus pastores. Ninguna de las diócesis se ve afectada en forma directa por lo que ocurre en la Iglesia de Inglaterra.
Por tratarse de provincias y diócesis autónomas, las formas de gobierno varían de forma leve según cada provincia. En general, podemos afirmar que la organización sigue este patrón:
- Una provincia está dirigida por un arzobispo, quien está al cuidado de varias diócesis.
- Una diócesis está dirigida por un obispo, quien supervisa varias iglesias locales.
- Cada iglesia local está dirigida por un ministro.
En cada uno de estos niveles de gobierno existe una participación de hermanos y hermanas en Cristo, comisionados con la dirección de la iglesia, con el fin de balancear la participación de laicos y clérigos. De esta manera se procura el funcionamiento saludable del cuerpo de Cristo. La autoridad máxima de la Iglesia Anglicana de Chile, por ejemplo, no es el arzobispo sino el sínodo provincial: una asamblea de mujeres y hombres, laicos y clérigos, que representan a las iglesias locales de cada una de las diócesis de la Provincia, comisionados con la dirección de la iglesia. Como ha quedado en evidencia, la Iglesia de Inglaterra y el arzobispo de Canterbury no tienen injerencia alguna en ninguna de estas instancias de gobierno.
Hablemos de la crisis actual
Cada diez años, todos los obispos de cada provincia de la Comunión Anglicana son convocados por el arzobispo de Canterbury para reunirse en la Conferencia de Lambeth, con el fin de reflexionar en el futuro y trabajar juntos en la dirección de la Comunión. Sus reflexiones siguen el formato de resoluciones, que son votadas para su aprobación durante cada conferencia. Durante la Conferencia de Lambeth de 1998, después de una década de diálogo y evaluación, los obispos de la Comunión anglicana publicaron la resolución I.10 acerca de la sexualidad humana. Allí se declaró a una voz que la práctica homosexual era incompatible con la enseñanza de las Escrituras y se reafirmó que, en el entendimiento cristiano, el matrimonio es entre un hombre y una mujer. Esta famosa resolución fue aprobada con el 88% de los votos.
A pesar de lo anterior, cinco años más tarde, la Iglesia episcopal de Estados Unidos decidió consagrar a Gene Robinson al obispado, convirtiéndose en el primer obispo en una relación abiertamente homosexual. Esto desencadenó una de las peores crisis de la historia de la Comunión. Por un lado, de parte de otras provincias, surgió la demanda de penalizar a la Iglesia episcopal; mientras que por otro lado, iniciativas similares surgían a lo largo y ancho de la Comunión, aunque sin ninguna consecuencia real.
Todo esto dio por resultado la creación de un movimiento alternativo a la Comunión Anglicana: una afiliación de iglesias conservadoras que buscan preservar la confesionalidad anglicana histórica (expresada en los 39 Artículos de la Religión, el Libro de Oración Común de 1662 y el Ordinal) y su centralidad en la Biblia. Se trata de la Conferencia del Futuro Anglicano Global (GAFCON), fundada con el fin de hacer volver la Comunión Anglicana a una fe confesional. Cabe mencionar que desde un comienzo este movimiento congregó a la mayoría de los anglicanos en el mundo.
La Comunión Anglicana en todo el mundo ha estado en tensión por este tema por alrededor de treinta años. Sin embargo, la gota que rebalsó el vaso fue la iniciativa propuesta por el colegio de obispos de la Iglesia de Inglaterra de legitimar las bendiciones de uniones civiles homosexuales. Esto significa, evidentemente, desconocer la ya mencionada resolución de la Comunión Anglicana acerca de la sexualidad humana. A partir de esta maniobra de la Iglesia de Inglaterra, la Comunidad de Iglesias Anglicanas del Sur Global, que representa a 25 de las 42 provincias de la Comunión anglicana, y al 75 % de anglicanos en el mundo, ha declarado que ya no reconocen ni a la Iglesia de Inglaterra ni al arzobispo de Canterbury como líderes de la Comunión global, por lo que se proponen trabajar hacia una reforma.
Después de más de tres décadas de debate en torno a si hay compatibilidad entre el cristianismo y la homosexualidad, la Comunión Anglicana mundial está evidentemente fracturada.
Una mirada a las posibles consecuencias de esta crisis
Algunas consecuencias son evidentes pero no muy novedosas. Habrá un quiebre de relaciones entre el liderazgo de la Iglesia de Inglaterra y el de las iglesias anglicanas conservadoras. Sin embargo, la realidad de las últimas décadas es que la influencia inglesa ha decaído progresiva y sustancialmente en otras provincias. En la actualidad, aún las iglesias jóvenes, como la chilena, tienen obispos y ministros locales. Las iglesias anglicanas en el mundo han tendido hacia la autonomía desde hace ya mucho tiempo.
Una consecuencia que merece atención es la necesidad de reestructuración dentro de la Comunión. Aunque simbólico, el rol de «primero entre pares» preservó hasta ahora una tendencia propia del colonialismo británico, y por primera vez dicha tradición es desafiada de manera abierta por la mayoría del mundo anglicano. Esto presenta una nueva oportunidad para el anglicanismo, y para el cristianismo en general, de innovar y presentar al mundo nuevas maneras de gobierno institucional. Quizás maneras no-jerárquicas que abran nuevos caminos para el diálogo y la comunión en interdependencia.
Otras consecuencias exigen la oración y acción de todos los cristianos. En primer lugar, todos los cristianos deberíamos comprometernos a orar por la siguiente etapa en la vida del anglicanismo. Más de ochenta millones de personas forman parte de la Comunión Anglicana y este tiempo puede ser un momento clave para la reforma del anglicanismo mundial; una oportunidad para que millones de personas vengan a conocer y deleitarse en Jesús por medio de una Comunión renovada. Sin embargo, es un momento frágil y no debe extrañarnos que Satanás intente distraernos de estas oportunidades misionales para atrapar a los líderes anglicanos en vana politiquería. Los cristianos que quieren ver al mundo venir a Jesús, hacen bien en orar de manera comprometida por los anglicanos.
Finalmente (y quisiera decir, principalmente), los cristianos, en especial aquellos que sostenemos la incompatibilidad de la práctica homosexual con las exigencias de Jesús sobre las vidas de Sus discípulos, tenemos que hacer un esfuerzo intencional por amar a nuestros amigos y vecinos de las diversidades sexuales. Es natural que nuestros amigos que se consideran miembros de la comunidad LGBTQ+ lean estas noticias e interpreten esta tensión dentro de la Iglesia anglicana como un impulso de rechazo homofóbico y transfóbico. Todos los cristianos, en todos lados, debiéramos colaborar unidos para demostrarles que en Jesús y en Su familia, la Iglesia, no hay cabida para el rechazo homofóbico y transfóbico. La meta de todo discípulo de Cristo debería ser vivir demostrando a su prójimo el profundo amor de Cristo por ellos.
Es imposible que la iglesia sea un testigo fiel de Jesucristo si simplemente se deja definir por sus propias preferencias. Este es justamente el meollo de la crisis: una parte de la Comunión anglicana ha estado censurando a Jesús mismo y a Sus demandas, para redefinirse en un empeño por integrar a personas homosexuales. Una evidente tentación para algunos que nos identificamos como conservadores será hacer lo mismo que nuestros oponentes para censurar a Jesucristo mismo, aparentando ser Sus discípulos, mientras abandonamos la vocación cristiana de amar y servir a toda persona, erigiendo un pseudocristianismo homofóbico y discriminador.
Para dilucidar la encrucijada actual del anglicanismo es clave comprender que lo que hemos visto esta semana es un esfuerzo del anglicanismo global por proteger aquello que identifica como las demandas de Jesús sobre las vidas de Sus discípulos. En la misma dirección, todos los cristianos estamos llamados a rebelarnos firmemente contra toda versión falsa y cercenada del cristianismo, contra toda mera corrupción que no exige amar y que desecha a Cristo y sus demandas para sentar en Su trono al rechazo, el odio y el miedo irracional a quienes portan la imagen del Dios Trino. La vocación de todo el pueblo cristiano es el amor en la verdad, tal como lo hemos conocido en Cristo (1 Jn 4:15-19).
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